Durante siglos, las mujeres han liderado una lucha por conseguir derechos legales, laborales y sociales. Gracias a todas esas personas se creó un movimiento de reivindicación que no sólo sigue patente, sino que es más fuerte que nunca. Desde 1975 el Día de la Mujer se celebra, oficialmente, el 8 de marzo.
El feminismo ha conseguido muchos derechos que, hace unos siglos e incluso unas décadas, era impensable que una mujer tuviera. Comenzando por votar en unas elecciones, el acceso a la educación superior, a una independencia económica… Hoy en día nos parecería absurdo que esos aspectos fueran diferentes por sexos.
En este día, hemos querido reivindicar todo lo que el movimiento feminista y todas las personas que han luchado por nosotras han conseguido en apenas dos generaciones.
Por ello, hemos realizado una entrevista a Araceli de 94 años que nos ha ayudado a ser conscientes, a través de sus vivencias, de cómo ha cambiado el papel de la mujer en el último siglo.
Natural de Madrid, nos comienza a contar que eran seis hermanos (dos chicos y cuatro chicas), ella es la pequeña de la familia, una familia unida y con buena relación «me llevaba muy bien con mis hermanos, estaba muy mimada porque era la pequeña, me querían todos mucho y yo a ellos».
Criada en Caballar (Segovia) por
Marcelina su “madre de leche”, «mi madre no me pudo criar porque era mayor»;
«mi abuela le dijo a mi madre que en Caballar había una chica que se le
había muerto un hijo y tenía leche, así que me llevaron con ella». Una
relación que mantuvo toda la vida con “su madre y sus hermanos de leche”, como
ella dice.
Estudió en el Colegio de la
Purísima Concepción, un colegio mixto situado en el centro de Madrid: «Yo
iba al colegio, que la profesora era madrina mía» nos cuenta, «no era
monja, era un colegio de los que había antes, un colegio». Todos/as los/as
alumnos/as daban las mismas asignaturas «Dábamos ortografía, caligrafía,
gramática, aritmética, matemáticas, historia, no dábamos idiomas…» La
relación entre compañeros y compañeras, nos dice, era muy buena «todavía
hasta hace poco que se han ido muriendo tenía relación con mis compañeras».
Comenzó el colegio con 4-5 años y
estuvo hasta que estalló la Guerra Civil en el año 1936, ella tenía 9 años.
Durante la Guerra Civil se queda
en casa con sus padres y una hermana suya, «a mis hermanos se los llevaron
primero a matarles» –al final sobrevivieron– «luego se tuvieron que ir a
luchar, se los llevaron al frente». «Mis hermanas pasaron la guerra en
Caballar» (un pueblo de Segovia, de donde era su familia paterna).
Una vez acabada la guerra, ya con
12 años, no volvió al colegio. Sus hermanos volvieron a casa. Nos cuenta las
diferencias de sus vidas: «Entonces los chicos en la casa no hacían nada.
Entre la muchacha (Catalina), mi madre y yo. Mi madre planchaba, cosía y yo
limpiaba el polvo, si había que limpiar la cocina –que
aquello era horrible— la ayudaba, pero los chicos nada, a mesa puesta».
«No me parecía raro porque era
lo normal», añade. «Me acuerdo que a la hora de comer mi madre siempre
decía: “venga, que van a venir los chicos”, para tener la mesa puesta y el
plato en la mesa.»
Después de la guerra, comenzó a
estudiar en la Escuela de Comercio, un centro mixto en el que estudiaba
taquigrafía, mecanografía, cultura… Después, se iba a casa: «Entonces
salíamos muy poco. Yo tenía las amigas (Luisita y Juanita) y nos juntábamos en
la calle a jugar o en casa de una o de otra. Jugábamos al parchís, con las
muñecas, hacíamos vestidos a los muñecos… A Pepito, que era mi muñeco favorito»
A pesar de que sus amigas vivían
en su misma calle, después de clase se solía ir a casa directa a hacer tareas «si
había limpieza, ayudaba a limpiar, entonces ya no teníamos muchacha fija,
entonces a lo mejor si mis padres se iban, ayudaba a hacer la cena o la hacía
yo…»
A los 18 años termina sus
estudios en la Escuela de Comercio y pasaba largas temporadas con su hermana,
casada con un militar destinado en Melilla. Allí, tuvo dos pretendientes,
Jacinto «Era teniente. Cuando me vine estuvimos muchos meses escribiéndonos,
pero al final lo dejamos. Era muy feo pero muy alto. Y muy buena persona» y
Damián, médico al que conoció en el paseo de Melilla, donde iban por las tardes
«luego nos íbamos al casino militar y empezamos a bailar juntos, no llegamos
a ser novios, pero casi».
«El cortejo antes consistía en
que venía a buscarme, íbamos a dar un paseo, si íbamos al baile bailaba con él
y luego me traía a casa…». “¿Os dabais besos?”, le preguntamos, «Cuando
podíamos». “¿Estaba mal visto?”: «¡Uhhh! Madre mía» (…) «Entonces
la mano… cuando tenías novio. Yo ya siendo novia de mi marido, si iba alguien
de mi familia no me podía agarrar del brazo». “Y, ¿si te veían dándole un
beso a tu novio?” «¡Uhhh! Te ponían verde, de fresca» "¿A los dos?" «A mí. Más a las
mujeres». «Os voy a dar un detalle de cómo éramos antes las mentalidades. Inauguraron, cuando yo ya trabajaba, una refinería
en Puertollano y fue una fiesta enorme y llevaron a los empleados a la
inauguración. A mí, mi madre no me dejó ir porque iba mi novio. Para que
veáis la tontería que había y la ridiculez que había. No pude ir a la
inauguración porque iba mi novio».
Con 18 años empieza a trabajar en
la empresa Calvo Sotelo de combustibles, líquidos y lubricantes, de mecanógrafa
«escribía a máquina las cartas, las facturas, las nóminas…» Después,
hizo un examen para comenzar a trabajar de auxiliar de primera. Era la única
mujer de su despacho, el departamento de tesorería, de lo que tiene muy buen
recuerdo: «En palmitas me tenían», afirma que la trataban diferente, «Me
decía mi jefe: Araceli, sálgase (de la oficina) que voy a decir un taco».
Justo en esa empresa conoció a
quien sería su marido, Antonio, «empezamos a hablar de Segovia, porque
también era de Segovia. Empezamos a tener más trato y empezó a acompañarme a
casa por la tarde. Un día me dijo: “Oye, yo los domingos voy por la Ciudad Lineal
a un sitio que hay baile, podías venir un día”. Yo le dije que sí y me iba a
buscar a casa y luego me dejaba en casa».
Con 26 años se casó con aquel
segoviano y la obligaron a dejar su trabajo «entonces era normal. No hubiera
seguido porque mi marido no me habría dejado. El hombre era el que trabajaba».
Aunque hubiera tenido la oportunidad no habría seguido trabajando «teníamos
otra mentalidad. Pero, no sé, es que como ya lo veías y vivías en ese
ambiente, lo veías normal». No
concebía que los roles fuesen de otra manera, ella en casa y su marido
trabajando. Si hubiera sido al revés «me hubiera dolido… Me habría tenido
que aguantar, pero los hombres en casa es que no hacían nada. Es que ten en
cuenta que antes un hombre en una casa se le ponía hasta la silla para
sentarse. Pensaría que habría fallado como mujer. No era lógico ese
cambio de papeles» (…) «Yo tengo guardada la copia de la solicitud que
puse por pedir excedencia por contraer matrimonio. Si hubiera quedado viuda, la
empresa me volvía a dar trabajo».
Durante aquellos años, las
mujeres que trabajaban solían estar solteras u obtener el permiso de sus
maridos para poder hacerlo.
El nivel educativo de las mujeres
solía ser, también, bajo. «No estudiábamos casi nada. Mecanografía,
taquigrafía y corte y confección». En cambio, «los hombres estudiaban carrera.
En las mujeres era muy raro, muy raro… Vamos, tan raro que yo creo que en las
facultades no había.»
Una vez casada, tuvieron dos
hijos, «yo me levantaba, bajaba a por el pan a la tahona para hacer los
bocadillos de mi marido y mis hijos, a las ocho. Me venía a casa, hacia los
bocadillos y llevaba a los niños al colegio; hacía la compra, venía a casa,
hacía la comida, volvía a buscar a los niños, les daba la comida, y luego, ya
después, las vecinas nos turnábamos para llevar a los niños al colegio y a las
6 o así íbamos a por ellos. Si hacía bueno y no tenían muchas tareas nos
quedábamos un rato en frente del colegio para que los niños jugaran y ya nos
veníamos. Luego se ponían a estudiar y yo en casa (cosiendo, planchando,
haciendo punto…), a las 8 y media me iba a hacer la cena, a las 9 les daba de
cenar y les acostaba y luego ya cenábamos nosotros cuando llegaba mi marido».
«Yo me he sentido muy feliz con mis hijos y mi marido».
Con 79 años se queda viuda y nos
cuenta las diferencias con respecto a su madre, cuando se quedaron viudas. «Antes
una mujer se quedaba viuda y se tenía que meter en su casa con el velo puesto y
nada más. Aunque las cosas de la casa las seguía haciendo» (…) «No
podíamos poner la radio, si salías a la calle (tenías que ir) con el velo,
no entrar en ningún bar… Cuando mi madre quedó viuda, iban a Jesús de
Medinaceli y luego me iban a buscar a la empresa y en pleno verano íbamos con un
calor… y nos decía: “hijas ya vamos a llegar a casa” y no podíamos entrar en un
bar a tomar una cerveza». Ni cantar, ni nada que tuviera que ver con
divertirse, nos dice, por respeto a su padre. En cambio, en el caso de los
hombres «era distinto, porque si un hombre se quedaba viudo podía salir a
trabajar, pero como las mujeres no salíamos de casa…». Sus hermanos
guardaron luto por su padre, ese luto era diferente «la corbata negra, ellos
simplemente era la corbata negra. Ellos podían ir a un bar…» (…) «Imagino
que dependería de cada uno».
En cambio, cuando ella enviudó: «Cuando
yo me quedé viuda seguí haciendo mi vida, pero sin mi marido. Guardé luto dos
años, vestí de negro.»
Como conclusión, le quisimos
preguntar si ve muchas diferencias sobre cómo era su vida de joven a cómo es la
de las jóvenes actualmente: «Totalmente. No hay nada que sea igual. Vuestra
vida es mejor. Antes no era vivir». Nos específica un poco más qué
cosas cree que han cambiado a mejor: «Lo primero poder elegir cada una su
porvenir, la que quiera estudiar, la que quiera trabajar… Luego la libertad que
tenéis de ir y venir, de hacer lo que queráis. Es que antes, ya te digo, yo
decía: ¡Qué ganas tengo de casarme para ver terminar una película!» –porque
tenía que estar en casa a las nueve y en el cine las películas acababan más
tarde–. Le hubiera gustado tener más libertades que las que tuvo: «Claro. Si
eso no era libertad, eso era esclavitud».
Encantada con los cambios que
analiza de la vida de las mujeres en la actualidad nos sigue contando: «Ten
en cuenta que antes te casabas, en muchos aspectos te obligaban, en muchas
familias te obligaban, muchas se casaban sin quererles». Si te quedabas soltera estaba mal visto: «Y si te quedabas embarazada (fuera del matrimonio) eras una fulana». “¿Y los hombres?”, preguntamos,
«de los hombres no se hablaba» (…) «La mujer antes era esclava, era…
¡madre mía!». Por supuesto, había casos de violencia de género: «Se
sabía. Ellas con naturalidad no lo contaban, se veía mal… Había muchos casos de
que el marido las pegaba y no te digo nada si el marido venía con una copa de
más…” (…) “Si la mujer se iba huyendo de su marido, se decía que era
una fulana».
Terminando la entrevista nos quedamos hablando de los logros de este movimiento: «Yo creo que han sido las mujeres las que han impuesto el cambio…» (…) «Sigue habiendo desigualdades, menos, yo creo que eso siempre lo habrá…»
Con motivo de este día concluimos
preguntándole qué opina que el 8 de marzo se celebre el Día de la Mujer. «¿En
qué consiste?», nos pregunta, le explicamos que es un día de reivindicación
del papel de la mujer en la sociedad, que se busca la igualdad entre hombres y
mujeres: «Pues me parece muy bien. ¿Si una mujer vale igual que un hombre
por qué se la va a valorar menos? Ha habido mujeres muy inteligentes que por
ser mujeres no se las ha aceptado».
De joven era consciente de que
había desigualdades, sin embargo, nunca se llegó a plantear que eso fuera a
cambiar y nos regala otra historia: «Claro que había desigualdades. Antes
las mujeres, prácticamente, ni leían. Mira mi tía Martina: tenía nueve hijos,
trabajaba y ninguna consideración hacia ella. Jamás la oí quejarse y de tonta
no tenía un pelo. En aquella época, nueve hijos en un pueblo, sin luz, sin
agua… Luego trabajaba en el campo. Su marido venía del campo y se quedaba en la
taberna y la mujer venía a su casa y se tenía que poner a hacer la cena, a
fregar, a guisar en la lumbre...¡y sin luz! Y luego los hijos. Su marido
venía cansado del campo y se echaba un rato, pero ella no podía porque tenía
que hacer las cosas de la casa».
No podemos terminar sin agradecer su participación y su sinceridad. Finalizamos con un mensaje que ha querido mandar a todas las mujeres: